Es vieja la discusión sobre las tareas vacacionales de los niños de corta edad. ¿Conviene que durante el verano practiquen el estudio, repasando lo aprendido o adelantando parte de los programas? ¿Es preferible alejarse durante un tiempo de la escuela y sus actividades para así después emprender el nuevo curso con más ilusión? ¿Hay que ofrecerles alternativas de juego y ocio que integren componentes formativos? Opiniones hay para todos los gustos. Y ninguna es en sí misma acertada o errónea, excepto las que plantean la cuestión en términos extremos de rigor o de permisividad.
Tradicionalmente los procesos de aprendizaje escolar se han venido planteando de modo discontinuo, mediante cursos, ciclos y etapas separados entre sí por prolongados periodos de pausa. Las vacaciones no constituyen un frenazo brusco del proceso educativo, sino un espacio intermedio en el que la formación del sujeto queda enriquecida con elementos no institucionalizados, tales como el contacto con la naturaleza, la calle, el juego y la propia familia.
Olvidar lo aprendido
La idea de que durante estos meses los niños 'olvidan' lo aprendido durante el curso no está del todo justificada. Si los procesos de enseñanza-aprendizaje han sido bien planificados, la supuesta pérdida se repone fácilmente apenas iniciado el nuevo curso. Sólo en los casos donde -por motivos de discapacidad o deficiencia específica- se pueden provocar retrasos perjudiciales.
Pero para la mayoría de los niños, las vacaciones deben plantearse como una fase más de su desarrollo, sólo que no reglada ni sometida a programas dentro de un centro escolar.
El error consiste en reducir la formación del niño a una acumulación de contenidos, sin valorar otros aspectos conductuales, psicológicos y actitudinales que no dejan de operar en el momento de abandonar el aula. La 'tarea' escolar es, en este sentido, sólo una pequeña parte de la educación. No por el hecho de desaparecer de la vida cotidiana del niño durante un periodo hay que temer que esto le ocasione alguna forma de pérdida. Infinidad de componentes educativos trabajados en las aulas siguen actuando fuera de ellas: la curiosidad, la creatividad, las habilidades sociales, las conductas de cooperación, el interés por descubrir realidades nuevas...
Y, en muchos casos, de forma más decisiva que bajo la disciplina escolar. Si alguna preocupación ha de asaltar a los padres, ésta es la de procurar mantener en los hijos una cierta coherencia con ese 'currículo oculto', antes de obsesionarse en 'mandarle tarea' o someterlo a algunas de las abundantes actividades para escolares ofrecidas por academias e instituciones.
Ni la escuela es la única pauta ni las vacaciones son la transgresión absoluta de la norma. Tanto la una como las otras actúan como espacios vitales y formativos. Lo que durante el curso privilegia el aprendizaje regulado y dirigido, en tiempo de descanso ha de dar cauce a la espontaneidad. Frente a la prevalencia del método y el esfuerzo, en vacaciones han de primar el juego y el entretenimiento. En realidad, las vacaciones escolares son más un contratiempo de los padres que un problema de los niños.
¿Qué hacer con ellos?
La pregunta es ¿qué hacer con ellos cuando cierra la guardería? Si padres y madres dispusieran de tiempo libre suficiente para atender a los niños y acompañarles a todas horas, pocos se plantearían la conveniencia o inconveniencia del estudio veraniego. Reivindicarían para sí mismos el papel de educadores, en vez de lamentarse por la imposibilidad de dar abasto con una nueva carga.
Proliferan en los últimos tiempos propuestas de cursos, campamentos, colonias, escuelas de verano y similares que los padres aplauden en tanto en cuanto les proporcionan soluciones de organización. Más que bienes educativos o recreativos adecuados a la época vacacional, ven en ellos prórrogas dulcificadas del curso escolar.
La calidad de la mayoría de estas fórmulas no debe ocultar los riesgos que en algunos casos comportan, bien por su exagerada pretensión instructiva, bien porque abusan de un activismo supuestamente lúdico que provoca en los chicos más fatiga que diversión. También el hogar puede ser un buen campamento de verano si se le involucra al niño en algunas labores domésticas, se comparten los juegos con él y se planifica de forma colectiva la vida cotidiana.
Fuente: Hoy digital